CBuslkBUEAAeISJLos 147 estudiantes kenianos asesinados por Al Shabab hace unos días tenían nombres y apellidos y montones de sueños. Sus caras e historias, rememoradas en Twitter a través de etiquetas como #TheyHaveNames o #147NotJustaNumber, me evocan irremediablemente los dos años (2006-2008) que estuve en la Universidad de Sierra Leona (Fourah Bay College). Me vienen a la mente, una y otra vez, las historias de Samuel, Reuben, Alimamy, Fatmata y tantos otros estudiantes que conocí durante aquel tiempo, que tenían nombres y apellidos, una historia personal detrás y un futuro plagado de sueños.

Cuando regresaba aquí, a menudo me preguntaban si aquellos estudiantes tenían un poder adquisitivo muy elevado para poder acceder a la Universidad en un país como Sierra Leona. La respuesta era siempre no. Las familias de los que tenían verdaderamente recursos (una absoluta minoría) eran enviados a universidades europeas o estadounidenses, pero todos los que estaban en el Fourah Bay College lograban pagar las altas tasas anuales de la Universidad (unos 300 dólares anuales en uno de los países más pobres del mundo), a través de mil y una estrategias. Y es que en aquel tiempo conocí a estudiantes que habían trabajado durante varios años para pagarse un año de matrícula (y que a veces debían interrumpir los estudios hasta ahorrar dinero suficiente para pagar otro año); otros que eran la apuesta de toda una familia (quien sólo podía pagar estudios a uno de los hijos o hijas); otros tantos que recibían algún tipo de ayuda o beca de alguien importante y con poder económico y político en su pueblo o región de origen; muy pocos los que recibían becas por parte del Estado…

Estudiar para todos ellos era un lujo que no querían desaprovechar, la oportunidad de abrirse a un mundo con mayores oportunidades (si bien el paso por la Universidad no garantizaba nada). De aquel tiempo recuerdo la atención y participación en las clases, con aportaciones desbordantes de estudiantes que habían padecido la guerra que asoló el país entre 1991 y 2002. Todo aquello tenía lugar en medio de unas instalaciones muy precarias, sin electricidad, donde para fotocopiar un artículo había que hacer una inmensa cola en una sala en la que una fotocopiadora renqueaba gracias a un viejo generador. Todos y todas tenían mil planes para después de sus estudios. A muchos les sigo la pista por redes sociales, y siguen luchando (esa es la única forma en que se concibe la vida en Sierra Leona) para salir adelante y para mejorar su situación socioeconómica y la de familia.

Veo las fotos de los 147 estudiantes y algunas de sus historias de vida que circulan por las redes, las instalaciones del campus de Garissa (tan similares a las del Fourah Bay College), y no dejo de acordarme de tantas historias, con nombres y apellidos, que conocí en Sierra Leona. Hoy todas esas historias que vienen desde Kenia parecen valer menos que las de otras tragedias o atentados acaecidos en Europa o en EEUU. Sus historias no ocupan portadas durante varios días, ni merecen tertulias acaloradas sobre las causas de lo sucedido. Habrá incluso quien se pregunte anonadado “¿Pero en África hay universidades?”.  Sí, en África hay Universidades, estudiantes llenos de sueños por cumplir y mil y una historias que parecen no merecer ser contadas.

Hoy, desde este blog, un pequeño gesto de memoria, recuerdo y homenaje a los 147 estudiantes de Garissa, aquellos que tenían nombres y apellidos concretos, y montones de sueños.

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Hoy martes 7 de abril, en el Parque Uhuru de Nairobi, se celebrará un vigilia en recuerdo de las víctimas de Garissa.