En el amor y en la rabia , debemos pensar por un planeta habitable.

Ha sido un verdadero lujo aterrizar, por primera vez, en las reflexiones de Donna Haraway, profesora emérita de los departamentos de historia de la conciencia y de estudios feministas de la University of California, Santa Cruz (UCSC), a partir de esta sencilla y a la vez densa y rica conversación con Marta Segarra, Catedrática de Literatura Francesa y de Estudios de Género de la Universitat de Barcelona (UB), que ambas mantuvieron en el ciclo de debates organizado por el CCCB en marzo de 2018.

El Chthuluceno lo entiendo como una época en la que recordamos, actuamos y vivimos como seres terrenales, y me parece que solo así podemos criticar correctamente los tiempos del Capitaloceno y el Antropoceno. […] la crítica y la denuncia son herramientas retóricas importantísimas, pero también herramientas políticas y de análisis. […] la crítica es esencial a la hora de explicar la naturaleza del problema. Sin embargo, la dificultad reside en que mucho teóricos no van más allá de la crítica, le confieren demasiado peso: una vez has determinado cuál es el enemigo y clarificado el problema, has hecho el trabajo de habitar de una forma imaginativa lo que es. Pero todavía queda mucho por hacer para inventar lo que aún no es pero debería ser. Esta labor de habitar e imaginar no es una tarea de la crítica, es algo que va más allá de la crítica.

En dicha conversación, se ponen de relieve dos aspectos enormemente sugerentes. El primero, el enfoque transdisciplinar de Haraway (que bebe del feminismo, la tecnociencia, la ciencia ficción, la primatología o los estudios poscoloniales) ya supone en sí mismo un valor añadido a la reflexión, al estar acostumbrados a planteamientos muy estancos y que dificilmente abandonan la disciplina desde donde han sido pensados. La trans/multi-disciplinariedad se convierte en estos tiempos en un lugar necesario desde el que pensar el presente y el futuro. Segundo, para Haraway la reflexión crítica implica una acción esperanzada y alegre, elementos que me ha parecido tremendamente relevantes y novedosos en la coyuntura agorera y distópica que estamos viviendo.

«Chthulu» hace referencia a una araña. […] La referencia a una araña es una proclamación a favor de la tentacularidad, entendida como modelo para relacionarse con el mundo y con otras criaturas y, sobre todo, como una manera de pensar.

Para entender en profundidad su «ética del Chthuluceno» deberíamos adentrarnos en gran parte de su obra, sobre todo, en Staying with the trouble: Making Kin in the Chthulucene (2016, Durham: Duke University Press), algo que queda pendiente. La idea de la tentacularidad me ha evocado en particular esa idea de un pensamiento complejo, que elabora en red, y que conecta con distintas formas, lugares y experiencias de conocer la realidad.

El parentesco es difuso, es una solidaridad perdurable a lo largo del tiempo en capas de seres que vienen al mundo en relación los unos con los otros, y que pueden y deben demandarse cosas los unos a los otros.

Más sorprendente me ha resultado su aproximación etimológica al concepto de «parentesco». Sobre todo, por entroncar, de algún modo, con la idea de «fraternidad» cristiana como uno de los pilares a partir de los cuales construir esa alternativa al estado actual de cosas y por la existencia de ciertos paralelismos y lugares compartidos con la reciente encíclica «Fratelli Tutti» de Francisco.

Lo que yo propongo es una especie de simpoiesis  (el hacer/producir juntos) […] para hacer frente a los peligros con los que vivimos de verdad. Y me niego a hacerlo de una manera exclusivamente crítica o denunciadora. Al contrario, propongo hacerlo mediante una práctica continua de alegría arriesgada. Si no nos arriesgamos a una especie entre nosotros, ya estamos muertos, y en ese caso, es mejor que nos olvidemos de todo. Comprometernos a intervenir en mundos que no están acabados es la tarea que llevamos a cabo frente a la amenaza de la depresión y la derrota, del cinismo, de los futurismos fascistas extraños, de los parches tecnológicos, de la sexta gran extinción, a lo cual nos debemos enfrentar urgentemente. […] Habitar el mundo hoy requiere prácticas contundentes de rechazo al cinismo.

Haraway sugiere que ante la «condición póstuma» de la que habla Marina Garcés -esa orquesta del Titanic que sólo espera el hundimiento definitivo del barco-, ante el tsunami de distopías narrativas que las series y la literatura vienen alimentando en los últimos años, abracemos una «alegría arriesgada», como una forma -así lo entiendo yo- de incubar nuevas utopías que contrarresten la actual deriva caracterizada, precisamente, por nuestra incapacidad para soñar y divisar conjuntamente mundos posibles.

La tarea que tenemos entre nuestras manos es la de cultivar las artes de la vida en un planeta dañado con el objetivo de lograr una sanación parcial, para así conseguir una cierta rehabilitación, una curación y reparación parciales, una reconstrucción que tenga sentido tanto para los seres humanos como para los no humanos, un tipo de herencia, que está ocurriendo ahora mismo, de lo que no ha sido destruido, y quedar espacio para lo que todavía queda, y también acabar con  algunas cosas y construir otras nuevas.

Me opongo de la cantidad de carne que la gente rica se cree con el derecho de consumir. «Simplemente porque puedo pagarla, tengo el derecho de comer más carne que otros». Creo que aquellos de nosotros que tenemos la suerte -y la desgracia- de ser ricos, tenemos que usar nuestro privilegio, incluyendo el educativo, para fortalecer algunas cosas y otras no. Creo que tenemos que fortalece ciertos mercados y otros no.

En la conversación con Marta Segarra, Haraway se refiere al conjunto del planeta como el conjunto de seres vivos, no sólo los humanos, logrando ir un poco más allá del tradicional pensamiento antropocéntrico que tan importante es superar de una vez por todas. Y a la vez, nos recuerda que la inviabilidad del sistema de producción y consumo actual está ostentado por una minoría privilegiada (15 por ciento del planeta) que lleva a cabo prácticas que, de ser universalizadas (como la del consumo de carne, o la compra de coches), colapsarían de inmediato el planeta. En esa búsqueda de alternativas, también se nos interpela a nivel individual y colectivo ¿Qué privilegios, como parte del planeta que acumula buena parte de ellos, estamos dispuestos a renunciar en esta búsqueda de alternativas?

Sin duda, estas 73 páginas de conversación son una oportunidad formidable para adentrarse en una voz de referencia para pensar el mundo post-pandemia, el mundo que necesitamos.