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Por segundo año consecutivo las voces que llegan desde Davos -la ciudad suiza donde tiene lugar el encuentro del Foro Económico Mundial– parecen aparentemente preocupadas por las brutales desigualdades socioeconómicas que se están generando y por los conflictos sociales y la inestabilidad que se pueden derivar de todo ello. Ya no es la voz en el desierto del millonario George Soros, advirtiendo de que la deriva del capitalismo es, en todos los sentidos, insostenible. También es la de Paul Polman, director general de la multinacional Unilever, quien ha alertado de que «el capitalismo se está convirtiendo en una amenaza para el propio capitalismo», o es incluso la de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Cristine Lagarde, quien, evocando a Marx, ha dicho que «el capitalismo puede estar cultivando las semillas de su propia destrucción».

¿Habrán entendido, finalmente, lo que Porto Alegre y el Foro Social Mundial advertían desde finales de los noventa? ¿O habrán tomado nota de los best sellers de Piketty y Milanovic sobre la histórica desigualdad que representa la coyuntura actual? ¿Habrán acaso leído los informes de Oxfam que aseguran que el 1% acumula casi la mitad de la riqueza mundial y que esto va a más? ¿Estamos, pues, ante una creciente sensibilidad a los problemas globales por parte de la élite mundial o bien ante un auténtico ataque de pánico?

La primera hipótesis es improbable. Davos es al fin y al cabo la metáfora del aislamiento de esta super élite hacia los problemas reales, es la representación fidedigna de que, si algún día existió un contrato social entre capital y trabajo, éste, actualmente, es pura historia . Lo explica muy bien Andy Robinson en su libro «Un reportero en la montaña mágica. Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo». ¿Será entonces -siguiendo con la segunda opción- que «el miedo está cambiando verdaderamente de bando»? ¿Será que han constatado que el horizonte de desigualdad e inestabilidad es también ineficiente para el propio sistema y perjudicial para los intereses del 1%?

Probablemente sea así, pero no es esperable una solución en clave de una renegociación mundial de un pacto social. La receta sigue siendo más «Consenso de Washington» para todo el mundo, más doctrina neoliberal, y la estrategia para abordar los problemas sociales es esencialmente auto-defensiva. Es decir, a más inestabilidad política y más conflictos, cabe esperar un creciente recorte de libertades y una ola «securititzadora».

Cómo salir de este callejón sin salida es la gran pregunta para la izquierda desde hace tiempo. Es obvio que la clave pasa por construir contrapoderes, a todos los niveles. Grecia, en este sentido, puede ser una muy buena noticia, pero es, sin duda, el primer paso de muchos que quedan por poner en este momento histórico que nos está tocando vivir.

A más inestabilidad política y más conflictos, cabe esperar un creciente recorte de libertades y una ola «securititzadora»

* Artículo original publicado en Revista Treball